David Torres
Vista con el volumen silenciado, que es como hay que ver las pelis porno, la comparecencia a dúo entre Mariano y Donald Tusk parecía un número de ventrílocuo. Mariano siempre ha tenido algo de muñeco articulado, aunque nunca se supo exactamente cuántas manos había detrás. Ayer daba la impresión de que era el dirigente polaco quien manejaba los hilos, incluso se puso a beber un vaso de agua mientras Mariano meneaba la boca, un alarde al alcance de muy pocos ventrílocuos. En realidad, Tusk estaba más preocupado porque corriera el aire entre ellos, no fueran a confundirlo con su homólogo español. A cada nueva pregunta, por inofensiva que fuese, el polaco se movía un pasito a su derecha, hasta el punto de que estuvo a punto de reabrir el corredor de Danzig en su empeño de excavar un hueco entre ambos. A su regreso a casa, Tusk ya era capaz de reinventar aquel famoso chiste xenófobo: ¿Quién es el hombre del año en Polonia? Mariano Rajoy. Antes solían decir “don Nadie”.
Las preguntas lanzadas desde la prensa amiga venían ya prefabricadas de antemano para que todo discurriera en esa extraordinaria placidez en la que Mariano chapotea como si ya estuviese instalado en la tumbona con puro y todo. Les faltó preguntarle quién cree él que ganaría el Tour pero, aparte del ciclismo, Mariano sigue tan tranquilo como el primer día. Ante la evidencia pública de que el presidente de la nación le había mandado un fuerte abrazo a un delincuente dos días después de destaparse el apocalipsis, cualquier otro político hubiera dimitido o al menos hubiera balbuceado una explicación sobre la vergüenza inconcebible de su mensaje de ánimo. Pero Mariano avanzó sobre sus propias contradicciones como un Terminator programado para acabar la legislatura con el piloto automático a toda máquina. El concepto “dimitir” no viene incluido en el programa de Mariano, y mucho menos en el programa electoral. Debe de ser una expresión polaca, igual que “rueda de prensa”, que en España más que rueda es un donut.
El momento más embarazoso del donut fue, como es lógico, el agujero, donde cayó Mariano él solo al intentar explicar “la posición del PP al respecto”. En efecto, algunos todavía no tenemos muy claro si con Bárcenas han adoptado la del culo en pompa o la postura del tesorero. Fue el único resbalón de la mañana; acto seguido, el presidente continuó su marcha impertérrito, al estilo de los condenados en el otro corredor, el de la muerte. “Dead Mariano walking” coreaban algunos periodistas díscolos sin hacer mella en el ánimo de un cadaver político que sabe de sobra que está difunto, pero que es el único difunto con mayoría absoluta. Ya era suficiente milagro que hubiese aparecido de frente a las cámaras en carne y barba, aunque pocos advirtieron que no estaba dando la cara sino la espalda.
Vista con el volumen silenciado, que es como hay que ver las pelis porno, la comparecencia a dúo entre Mariano y Donald Tusk parecía un número de ventrílocuo. Mariano siempre ha tenido algo de muñeco articulado, aunque nunca se supo exactamente cuántas manos había detrás. Ayer daba la impresión de que era el dirigente polaco quien manejaba los hilos, incluso se puso a beber un vaso de agua mientras Mariano meneaba la boca, un alarde al alcance de muy pocos ventrílocuos. En realidad, Tusk estaba más preocupado porque corriera el aire entre ellos, no fueran a confundirlo con su homólogo español. A cada nueva pregunta, por inofensiva que fuese, el polaco se movía un pasito a su derecha, hasta el punto de que estuvo a punto de reabrir el corredor de Danzig en su empeño de excavar un hueco entre ambos. A su regreso a casa, Tusk ya era capaz de reinventar aquel famoso chiste xenófobo: ¿Quién es el hombre del año en Polonia? Mariano Rajoy. Antes solían decir “don Nadie”.
Las preguntas lanzadas desde la prensa amiga venían ya prefabricadas de antemano para que todo discurriera en esa extraordinaria placidez en la que Mariano chapotea como si ya estuviese instalado en la tumbona con puro y todo. Les faltó preguntarle quién cree él que ganaría el Tour pero, aparte del ciclismo, Mariano sigue tan tranquilo como el primer día. Ante la evidencia pública de que el presidente de la nación le había mandado un fuerte abrazo a un delincuente dos días después de destaparse el apocalipsis, cualquier otro político hubiera dimitido o al menos hubiera balbuceado una explicación sobre la vergüenza inconcebible de su mensaje de ánimo. Pero Mariano avanzó sobre sus propias contradicciones como un Terminator programado para acabar la legislatura con el piloto automático a toda máquina. El concepto “dimitir” no viene incluido en el programa de Mariano, y mucho menos en el programa electoral. Debe de ser una expresión polaca, igual que “rueda de prensa”, que en España más que rueda es un donut.
El momento más embarazoso del donut fue, como es lógico, el agujero, donde cayó Mariano él solo al intentar explicar “la posición del PP al respecto”. En efecto, algunos todavía no tenemos muy claro si con Bárcenas han adoptado la del culo en pompa o la postura del tesorero. Fue el único resbalón de la mañana; acto seguido, el presidente continuó su marcha impertérrito, al estilo de los condenados en el otro corredor, el de la muerte. “Dead Mariano walking” coreaban algunos periodistas díscolos sin hacer mella en el ánimo de un cadaver político que sabe de sobra que está difunto, pero que es el único difunto con mayoría absoluta. Ya era suficiente milagro que hubiese aparecido de frente a las cámaras en carne y barba, aunque pocos advirtieron que no estaba dando la cara sino la espalda.
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