Miguel García
Miembro del colectivo econoNuestra
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Aunque no sea plato de buen gusto, la posibilidad práctica de este escenario es marginal, por no decir descartable. De esta constatación nace este artículo que al contrario que la mayoría de lo publicado en los ámbitos de izquierda, aspira a aportar necesarias dosis de realismo, no a reconfortar al que está buscando una solución que permita redistribuir la riqueza manteniendo en lo fundamental el statu quo. No por provocación gratuita, sino por lo irreal del escenario. Esto responde, de un modo resumido, fundamentalmente a cinco factores principales:
1. Una Unión sin democracia, donde votamos a un Parlamento puesto de adorno, y gobierna un Consejo Europeo y su brazo ejecutor, la Comisión; no transformable por los cauces democráticos, básicamente, porque no es una institución democrática.
2. Un cambio improbable en Alemania. Ser realistas conlleva aceptar que un viraje de la Unión debe incluir al timonel, y no parecen muy por la labor. Sea reelegida Angela Merkel o gobierne el SPD, ambos partidos han dejado bien claro que no conciben cambio alguno de profundidad en la actual dinámica comunitaria: las clases dominantes no parecen tener ningún interés en mostrar solidaridad con el herido Sur de Europa. Esto sin duda no solo es aplicable al país germano, sino a sus socios tradicionales como Holanda o Finlandia.
3. Una política monetaria encorsetada, condenada a combatir el fantasma de la inflación, y responsable de un euro sobrevaluado que lastra día a día la competitividad de las economías más débiles. E incluso, yendo más allá, no estaría de más preguntarnos: ¿Existe en última instancia una política monetaria común que beneficie en su conjunto a Grecia, Portugal o Alemania?
4. A los pies de la Unión sin margen de maniobra, en una Comunidad que solo actúa bajo chantaje, y que vincula la concesión de “rescates” a modificaciones constitucionales como la ley de equilibrio presupuestario, que convierten cualquier tipo de política económica sería, en una reliquia del pasado siglo.
5. En manos de los mercaderes, porque así fue concebida la Unión desde su inicio: como un mercado único donde el capital circula con libertad, condicionando todo bajo la lógica de la rentabilidad y el imperativo del más fuerte.
Descartar el escenario de un viraje coordinado –más allá de un estallido del euro, que poco tiene de coordinación- nos obliga a observar la otra mitad del tablero: el intento individual de un Estado europeo de llevar a cabo unilateralmente una alternativa rupturista. ¿Realidad o utopía?
Los poderes facticos llevan tiempo empeñados en convencernos de lo segundo: no existe alternativa, con la llegada hegemónica del neoliberalismo, en cierto modo, terminó la historia, como insistentemente nos recuerdan. También lo hacían hace siglos nobleza, clero o realeza, cuando diezmaban a súbditos o ejercían el derecho de pernada: todo respondía a un inalterable orden divino. La diferencia es que ahora dios tiene nombre y se llama mercado. Nada más lejos de la realidad.
Existe una alternativa. El problema reside en saber en qué coordenadas se mueve y podemos concebir esta alternativa, y no son precisamente las de la opulencia consumista. Abandonar las cadenas de la Unión e intentar desarrollar un proyecto rupturista no será –como todos en última instancia intuimos, pero pocos se atreven a decir- un proyecto a coste cero:
Nacionalizar –como ya se ha realizado en gran parte- un sector bancario cadáver no generará automáticamente el crédito que necesita la economía, mucho menos en un contexto donde nuestro acceso a los mercados financieros internacionales se verá cortado en seco si planteamos el necesario impago de la deuda. La huida de capitales y la necesidad de prevenir la misma será una constante desde el mismo comienzo del proceso. El retorno a una moneda propia provocará que los bienes importados se encarezcan aceleradamente recordándonos los precios de los productos electrónicos en la década de los 90; y así, un largo etcétera.
¿Quiere decir esto que en última instancia la alternativa no es viable? No exactamente. Lo que indica es que para transformar la realidad no nos será suficiente con tener voluntad de cambio, necesitamos ser conscientes de que aspirar a transformar las cosas no conlleva solo deseo y voluntarismo, también implica el reconocer que debemos caminar hacia un nuevo modo de vivir y relacionarnos, tomar conciencia de la profundidad y los costes de la ruptura a la que aspiramos.
Un cambio de tal calado como el abandono de la Unión supone el único camino para un verdadero trasvase de poderes de la troika al pueblo, y eso sin duda redefine completamente el campo de lo posible: que nadie esté sin una vivienda, una educación o una sanidad verdaderamente universales y gratuitas, nuestra seguridad alimentaria o una verdadera gestión ecológica del espacio serán elementos que, por primera vez, tendremos en nuestra mano debatir. Eso sí, quizá no podamos tener una televisión de 42 pulgadas ultraplana o cambiar año a año de smartphone de última generación porque el crédito no fluirá en torrente como durante los “felices” primeros años de siglo .Nadie dijo que fuese sencillo ser los primeros en romper con el orden establecido.
Debemos realizarnos preguntas incomodas, saber qué es lo que realmente importa y qué estamos dispuestos-si lo estamos- a ceder ¿Estamos preparados para abandonar la sociedad del espectáculo y sus luces consumistas, para caminar hacia un nuevo buen vivir?
Aceptar la existencia de alternativas conlleva dejar de hacernos ilusiones, abrir los ojos aunque la realidad no sea agradable. Solo desde ahí la alternativa puede constituirse en necesidad ante una barbarie que seguirá siendo creciente. Solo luchando sin vagas ilusiones podremos construir un proyecto realista que genere una verdadera ilusión transformadora.
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