Augusto Klappenbach
Escritor y filósofo
Permítaseme hablar de economía sin tener idea de esta disciplina. A fin de cuentas, la reciente historia parece confirmar que en esta ignorancia uno no está solo sino felizmente acompañado por muchos políticos y economistas ilustres. Mi atenuante consiste en que me limitaré a plantear preguntas sobre los bancos, sin aventurarme a proponer respuestas. Eso sí, he de confesarlo, con malas intenciones.
¿Por qué razón el Banco Central Europeo presta dinero a los bancos privados a un interés del 1% para que estos bancos vuelvan a prestarlo a los Estados a un interés de 5, 6 ó 7%? ¿El dinero del Banco Central Europeo no es acaso dinero público, es decir, nuestro? ¿Y en ese caso tiene sentido que nos lo prestemos a nosotros mismos dejándole el beneficio a los bancos privados? ¿No desmiente este hecho la repetida afirmación de que no se ha regalado dinero público a esos bancos? ¿Cuál es la razón por la cual no existe una banca pública que cumpla esa función? ¿Las nacionalizaciones parciales que se han hecho de bancos y cajas en quiebra serán definitivas o se volverán a privatizar una vez saneadas? ¿Un banco público sería necesariamente menos eficiente que uno privado? ¿No existe una sanidad pública, una enseñanza pública y un transporte público razonablemente eficientes? ¿Por qué no puede suceder lo mismo con la banca? ¿Por qué los ciudadanos no podemos confiar nuestros ahorros a un banco que sea propiedad de Estado, es decir, de todos? ¿Por qué los ciudadanos debemos avalar con nuestro propio dinero las deudas de bancos privados? ¿El desastre de las Cajas de Ahorros, cuya dirección se confió a políticos entre los cuales abundaban los incompetentes y corruptos, implica que cualquier banco público repetirá ese fracaso? ¿Si sumáramos los beneficios que obtienen los bancos aun en tiempos de crisis, qué importe obtendríamos? ¿Y si ese importe en lugar de destinarse en buena parte a la especulación se destinara a atender las necesidades más urgentes del país, como campañas contra el paro reactivando la economía? ¿Y a conceder créditos racionalmente seleccionados en función de su utilidad pública? ¿Por qué razón los informes acerca de los bancos nacionalizados se hacen ante una subcomisión del Congreso a puerta cerrada? ¿No podrían permitir esos posibles bancos públicos el acceso por internet a su contabilidad por parte cualquier ciudadano, con excepción de algunos datos reservados? ¿No sería este un medio de evitar en buena medida no solo la corrupción sino también la mala gestión de esos bancos? ¿Y, ya puestos, no podría extenderse esta publicidad a todos los organismos públicos, ahora que existen medios técnicos para hacerlo? ¿Por qué razón la Unión Europea (¿Alemania?) desconfía de la gestión económica de los gobiernos mientras confía en los bancos, que han tenido una importante participación en la crisis que padecemos? ¿Por qué la legislación europea exige igualdad de trato a la banca pública y privada, teniendo en cuenta que la primera estaría gestionada democráticamente y sus beneficios revertirían en la sociedad, mientras que la segunda dirige sus beneficios a accionistas que destinan buena parte de ellos a una especulación improductiva o a sus propios lujos personales? ¿Por qué las autoridades de la Unión Europea se niegan a considerar ilegítimas las operaciones financieras con sede en paraísos fiscales, algunos de ellos incluso miembros de la Unión? ¿Por qué cualquier operación comercial paga impuestos mientras que las operaciones financieras internacionales están exentas de ellos?
Uno de los recursos ideológicos más eficaces del actual sistema económico consiste en presentarlo como inmodificable, como resultado de leyes tan necesarias como las leyes naturales. Y convencernos de que esas leyes se justifican en complejas razones que solo están al alcance de unos pocos iniciados. Por supuesto que las respuestas a estas y otras preguntas similares no son sencillas y algunas de ellas quizás sean imposibles. Pero no hay que confundir la complejidad con un oscurantismo intencionado que pretende reducir al silencio y a la obediencia a la mayor parte de quienes protagonizan la vida económica. Y uno de los pocos resultados positivos de esta crisis consiste en que este fatalismo oscurantista se está poniendo en duda y que muchos ciudadanos están comprendiendo que tienen derecho a saber cuál es el destino de la riqueza que están creando con su trabajo.
Escritor y filósofo
Permítaseme hablar de economía sin tener idea de esta disciplina. A fin de cuentas, la reciente historia parece confirmar que en esta ignorancia uno no está solo sino felizmente acompañado por muchos políticos y economistas ilustres. Mi atenuante consiste en que me limitaré a plantear preguntas sobre los bancos, sin aventurarme a proponer respuestas. Eso sí, he de confesarlo, con malas intenciones.
¿Por qué razón el Banco Central Europeo presta dinero a los bancos privados a un interés del 1% para que estos bancos vuelvan a prestarlo a los Estados a un interés de 5, 6 ó 7%? ¿El dinero del Banco Central Europeo no es acaso dinero público, es decir, nuestro? ¿Y en ese caso tiene sentido que nos lo prestemos a nosotros mismos dejándole el beneficio a los bancos privados? ¿No desmiente este hecho la repetida afirmación de que no se ha regalado dinero público a esos bancos? ¿Cuál es la razón por la cual no existe una banca pública que cumpla esa función? ¿Las nacionalizaciones parciales que se han hecho de bancos y cajas en quiebra serán definitivas o se volverán a privatizar una vez saneadas? ¿Un banco público sería necesariamente menos eficiente que uno privado? ¿No existe una sanidad pública, una enseñanza pública y un transporte público razonablemente eficientes? ¿Por qué no puede suceder lo mismo con la banca? ¿Por qué los ciudadanos no podemos confiar nuestros ahorros a un banco que sea propiedad de Estado, es decir, de todos? ¿Por qué los ciudadanos debemos avalar con nuestro propio dinero las deudas de bancos privados? ¿El desastre de las Cajas de Ahorros, cuya dirección se confió a políticos entre los cuales abundaban los incompetentes y corruptos, implica que cualquier banco público repetirá ese fracaso? ¿Si sumáramos los beneficios que obtienen los bancos aun en tiempos de crisis, qué importe obtendríamos? ¿Y si ese importe en lugar de destinarse en buena parte a la especulación se destinara a atender las necesidades más urgentes del país, como campañas contra el paro reactivando la economía? ¿Y a conceder créditos racionalmente seleccionados en función de su utilidad pública? ¿Por qué razón los informes acerca de los bancos nacionalizados se hacen ante una subcomisión del Congreso a puerta cerrada? ¿No podrían permitir esos posibles bancos públicos el acceso por internet a su contabilidad por parte cualquier ciudadano, con excepción de algunos datos reservados? ¿No sería este un medio de evitar en buena medida no solo la corrupción sino también la mala gestión de esos bancos? ¿Y, ya puestos, no podría extenderse esta publicidad a todos los organismos públicos, ahora que existen medios técnicos para hacerlo? ¿Por qué razón la Unión Europea (¿Alemania?) desconfía de la gestión económica de los gobiernos mientras confía en los bancos, que han tenido una importante participación en la crisis que padecemos? ¿Por qué la legislación europea exige igualdad de trato a la banca pública y privada, teniendo en cuenta que la primera estaría gestionada democráticamente y sus beneficios revertirían en la sociedad, mientras que la segunda dirige sus beneficios a accionistas que destinan buena parte de ellos a una especulación improductiva o a sus propios lujos personales? ¿Por qué las autoridades de la Unión Europea se niegan a considerar ilegítimas las operaciones financieras con sede en paraísos fiscales, algunos de ellos incluso miembros de la Unión? ¿Por qué cualquier operación comercial paga impuestos mientras que las operaciones financieras internacionales están exentas de ellos?
Uno de los recursos ideológicos más eficaces del actual sistema económico consiste en presentarlo como inmodificable, como resultado de leyes tan necesarias como las leyes naturales. Y convencernos de que esas leyes se justifican en complejas razones que solo están al alcance de unos pocos iniciados. Por supuesto que las respuestas a estas y otras preguntas similares no son sencillas y algunas de ellas quizás sean imposibles. Pero no hay que confundir la complejidad con un oscurantismo intencionado que pretende reducir al silencio y a la obediencia a la mayor parte de quienes protagonizan la vida económica. Y uno de los pocos resultados positivos de esta crisis consiste en que este fatalismo oscurantista se está poniendo en duda y que muchos ciudadanos están comprendiendo que tienen derecho a saber cuál es el destino de la riqueza que están creando con su trabajo.
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