Jaume Grau
El Procés Constituent es un movimiento muy interesante impulsado por Arcadi Oliveres y Teresa Forcades que tiene como finalidad crear las bases para que el pueblo de Catalunya decida de forma democrática qué modelo de estado y de país es el que desea. El movimiento ya ha recibido más de 40.000 adhesiones, una cifra importante, considerando el poco tiempo que lleva en marcha y su escasez de recursos. Durante los últimos tres meses, los impulsores del Procés Constituent han desplegado una actividad febril, con sesiones informativas diarias y con la creación de asambleas en todo el territorio destinadas al debate y la acción política. Los actos despiertan mucho interés, son concurridos por gente dispar, son notablemente transversales desde el punto de vista social y muy participativos, se busca más el debate que la adhesión. La razón de este éxito se debe, a mi entender, al prestigio de los dos principales impulsores y a su independencia respeto a las diferentes fuerzas políticas del país. La percepción en la ciudadanía de que el actual ciclo político derivado de la transición se ha acabado y de que el modelo económico dominante les cierra el paso a derechos que deberían ser universales contribuyen poderosamente a la rápida difusión de sus principios.
El Procés Constituent viene a llenar un espacio importante que muchos reclaman, el de la reflexión en profundidad sobre el modelo de sociedad que queremos para el futuro. Se mire desde el ángulo político que se mire, el actual modelo de estado tiene los días contados, está herido de muerte por los escándalos, la ineficacia y la falta de participación de la ciudadanía. En estas circunstancias, existe el riesgo real de que se opte por una reforma del estado hecha desde las mismas estructuras actuales, que sea promovida por la actual clase alfa, que no exista ruptura con el modelo vigente. De ahí el interés del movimiento de Oliveres y Forcades, que pretende sentar las bases del cambio a partir de las propuestas de la ciudadanía. El propósito de cambio desde la base puede parecer naif o demasiado inconcreto, pero eso dependerá de la fuerza numérica que pueda llegar a alcanzar, como recientemente ha afirmado Teresa Forcades en una entrevista radiofónica: “Ahora somos 40.000, pero aspiramos a ser 4 millones”
Mi pronóstico es que el Procés Constituent crecerá y que su éxito sorprenderá y acongojará a la actual clase política catalana. El Procés Constituent no es un partido y sus promotores ya han manifestado su propósito de no figurar en una lista electoral, eso les da un plus de fuerza y de coherencia interna, al margen de la forma tradicional de entender la actividad política. En un momento clave como el que vivimos, creo que el Procés responde en forma y en fondo a los anhelos de la mayoría. El objetivo compartido del movimiento es muy atractivo y queda bien explicado en el manifiesto fundacional, la constitución de una república catalana en la que no sea posible que los intereses de unos pocos pasen por delante de los de la mayoría. Simple, pero claro y eficaz. Conseguir ese propósito aparentemente utópico, pasa según el decálogo fundacional por la expropiación de la banca, por garantizar salarios dignos, por una democracia verdaderamente participativa, por la eliminación de los privilegios de los políticos, por el derecho real a la vivienda, por mantener unos servicios sociales universales y de calidad, por el control democrático de los medios de comunicación públicos, por la socialización de las empresas energéticas, por el tránsito hacia una economía más sostenible, por la igualdad de derechos entre ciudadanos, sea cual fuese su sexo, condición u origen. Un programa de mínimos radicalmente democrático, justo y social.
Un programa de estas características suscita controversia, pero no es extremista ni revolucionario, es filosóficamente radical. Muchos países europeos tuvieron hasta bien entrado el siglo XX una banca pública y unas empresas energéticas nacionalizadas, sin que ello fuera motivo de escándalo. El control de los cargos públicos y la lucha contra la corrupción, están en la base de lo que debería ser cualquier régimen de libertades. En el fondo se trata de liberar a la democracia del refajo institucional con la que los diferentes grupos de presión la han tratado de encorsetar. La república que Arcadi Oliveres y Teresa Forcades nos proponen es muy atractiva y, espero que, más temprano que tarde, se llegue a proclamar.
El Procés Constituent es un movimiento muy interesante impulsado por Arcadi Oliveres y Teresa Forcades que tiene como finalidad crear las bases para que el pueblo de Catalunya decida de forma democrática qué modelo de estado y de país es el que desea. El movimiento ya ha recibido más de 40.000 adhesiones, una cifra importante, considerando el poco tiempo que lleva en marcha y su escasez de recursos. Durante los últimos tres meses, los impulsores del Procés Constituent han desplegado una actividad febril, con sesiones informativas diarias y con la creación de asambleas en todo el territorio destinadas al debate y la acción política. Los actos despiertan mucho interés, son concurridos por gente dispar, son notablemente transversales desde el punto de vista social y muy participativos, se busca más el debate que la adhesión. La razón de este éxito se debe, a mi entender, al prestigio de los dos principales impulsores y a su independencia respeto a las diferentes fuerzas políticas del país. La percepción en la ciudadanía de que el actual ciclo político derivado de la transición se ha acabado y de que el modelo económico dominante les cierra el paso a derechos que deberían ser universales contribuyen poderosamente a la rápida difusión de sus principios.
El Procés Constituent viene a llenar un espacio importante que muchos reclaman, el de la reflexión en profundidad sobre el modelo de sociedad que queremos para el futuro. Se mire desde el ángulo político que se mire, el actual modelo de estado tiene los días contados, está herido de muerte por los escándalos, la ineficacia y la falta de participación de la ciudadanía. En estas circunstancias, existe el riesgo real de que se opte por una reforma del estado hecha desde las mismas estructuras actuales, que sea promovida por la actual clase alfa, que no exista ruptura con el modelo vigente. De ahí el interés del movimiento de Oliveres y Forcades, que pretende sentar las bases del cambio a partir de las propuestas de la ciudadanía. El propósito de cambio desde la base puede parecer naif o demasiado inconcreto, pero eso dependerá de la fuerza numérica que pueda llegar a alcanzar, como recientemente ha afirmado Teresa Forcades en una entrevista radiofónica: “Ahora somos 40.000, pero aspiramos a ser 4 millones”
Mi pronóstico es que el Procés Constituent crecerá y que su éxito sorprenderá y acongojará a la actual clase política catalana. El Procés Constituent no es un partido y sus promotores ya han manifestado su propósito de no figurar en una lista electoral, eso les da un plus de fuerza y de coherencia interna, al margen de la forma tradicional de entender la actividad política. En un momento clave como el que vivimos, creo que el Procés responde en forma y en fondo a los anhelos de la mayoría. El objetivo compartido del movimiento es muy atractivo y queda bien explicado en el manifiesto fundacional, la constitución de una república catalana en la que no sea posible que los intereses de unos pocos pasen por delante de los de la mayoría. Simple, pero claro y eficaz. Conseguir ese propósito aparentemente utópico, pasa según el decálogo fundacional por la expropiación de la banca, por garantizar salarios dignos, por una democracia verdaderamente participativa, por la eliminación de los privilegios de los políticos, por el derecho real a la vivienda, por mantener unos servicios sociales universales y de calidad, por el control democrático de los medios de comunicación públicos, por la socialización de las empresas energéticas, por el tránsito hacia una economía más sostenible, por la igualdad de derechos entre ciudadanos, sea cual fuese su sexo, condición u origen. Un programa de mínimos radicalmente democrático, justo y social.
Un programa de estas características suscita controversia, pero no es extremista ni revolucionario, es filosóficamente radical. Muchos países europeos tuvieron hasta bien entrado el siglo XX una banca pública y unas empresas energéticas nacionalizadas, sin que ello fuera motivo de escándalo. El control de los cargos públicos y la lucha contra la corrupción, están en la base de lo que debería ser cualquier régimen de libertades. En el fondo se trata de liberar a la democracia del refajo institucional con la que los diferentes grupos de presión la han tratado de encorsetar. La república que Arcadi Oliveres y Teresa Forcades nos proponen es muy atractiva y, espero que, más temprano que tarde, se llegue a proclamar.
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