David Torres
Una vez finalizado el Tour, que era lo único que realmente le preocupaba, Mariano ya está libre de obligaciones para acudir al Congreso, uno de sus pasatiempos favoritos. La decisión ha sido tomada como se toman estas cosas en España, con mucha reflexión, mucha paciencia y mucho hielo. A Mariano le importan un pimiento la amenaza de la moción de censura, la crítica de la oposición en bloque y el asco general de la ciudadanía, pero ha bastado un tirón de orejas en el Financial Times, que es su periódico de cabecera después del Marca, para que se lo piense, si no dos veces, al menos una. Lo ha dicho en prosa evangélica: “Es bueno que yo tenga una comparecencia en las Cortes Generales”. Le ha faltado añadir: “No es bueno que Mariano esté solo”.
Mariano va a hacer balconing con la esperanza de que en el último momento no le muevan la piscina. El balconing es una exhibición que hacen los políticos sobre todo en campaña pero también en épocas estivales. Antes los dictadores hacían balconing a pelo sobre enormes muchedumbres desparramadas. En sus tiempos, Hitler y Mussolini se dieron gloriosos baños de multitudes; luego Franco y hasta Fidel Castro le tomaron gusto al balconing pero lo fueron dejando con la edad. Franco se dedicó a inaugurar pantanos, quizá para amortiguar el golpe, y Castro se lanzó en plancha en un mortal hacia delante mal medido que pocos años después le plagiaría el rey Juan Carlos, que también es muy aficionado. Es el peligro del balconing, que si mides mal la distancia, acabas aterrizando con la boca.
Mariano va a hacer balconing sin balcón y sin piscina, pero con una mullida mayoría absoluta que espera para recogerlo en andas y llevarlo en olor de santidad desde las puertas del Congreso hasta la playa misma de las vacaciones. En cualquier caso, por poco riesgo que esconda la comparecencia, siempre hay que contar con algún imprevisto y por eso los periodistas acudirán en masa, a ver si hay suerte y Mariano se da una costalada. Como el puenting, como el paracaidismo libre, la emoción del balconing se define ante la posibilidad mortal de un hostiazo. Es un deporte tonto que no suele aparecer en las noticias de no ser por los traumatismos múltiples y los fracturados cadáveres de quienes fallaron el salto. Aunque las preguntas estén preparadas y las respuestas más preparadas todavía, sabemos de sobra que cualquier cosa puede esperarse de un hombre que marra su propia letra y le manda un mensaje de apoyo a Bárcenas dos días después de publicarse los cuadernos secretos de la mafia. Por algo Mariano es el único concursante de Pasapalabra capaz de encadenar un rosco entero de errores. El presidente, como Indiana Jones, va a dar un salto de fe. No la suya, claro, sino la nuestra.
Una vez finalizado el Tour, que era lo único que realmente le preocupaba, Mariano ya está libre de obligaciones para acudir al Congreso, uno de sus pasatiempos favoritos. La decisión ha sido tomada como se toman estas cosas en España, con mucha reflexión, mucha paciencia y mucho hielo. A Mariano le importan un pimiento la amenaza de la moción de censura, la crítica de la oposición en bloque y el asco general de la ciudadanía, pero ha bastado un tirón de orejas en el Financial Times, que es su periódico de cabecera después del Marca, para que se lo piense, si no dos veces, al menos una. Lo ha dicho en prosa evangélica: “Es bueno que yo tenga una comparecencia en las Cortes Generales”. Le ha faltado añadir: “No es bueno que Mariano esté solo”.
Mariano va a hacer balconing con la esperanza de que en el último momento no le muevan la piscina. El balconing es una exhibición que hacen los políticos sobre todo en campaña pero también en épocas estivales. Antes los dictadores hacían balconing a pelo sobre enormes muchedumbres desparramadas. En sus tiempos, Hitler y Mussolini se dieron gloriosos baños de multitudes; luego Franco y hasta Fidel Castro le tomaron gusto al balconing pero lo fueron dejando con la edad. Franco se dedicó a inaugurar pantanos, quizá para amortiguar el golpe, y Castro se lanzó en plancha en un mortal hacia delante mal medido que pocos años después le plagiaría el rey Juan Carlos, que también es muy aficionado. Es el peligro del balconing, que si mides mal la distancia, acabas aterrizando con la boca.
Mariano va a hacer balconing sin balcón y sin piscina, pero con una mullida mayoría absoluta que espera para recogerlo en andas y llevarlo en olor de santidad desde las puertas del Congreso hasta la playa misma de las vacaciones. En cualquier caso, por poco riesgo que esconda la comparecencia, siempre hay que contar con algún imprevisto y por eso los periodistas acudirán en masa, a ver si hay suerte y Mariano se da una costalada. Como el puenting, como el paracaidismo libre, la emoción del balconing se define ante la posibilidad mortal de un hostiazo. Es un deporte tonto que no suele aparecer en las noticias de no ser por los traumatismos múltiples y los fracturados cadáveres de quienes fallaron el salto. Aunque las preguntas estén preparadas y las respuestas más preparadas todavía, sabemos de sobra que cualquier cosa puede esperarse de un hombre que marra su propia letra y le manda un mensaje de apoyo a Bárcenas dos días después de publicarse los cuadernos secretos de la mafia. Por algo Mariano es el único concursante de Pasapalabra capaz de encadenar un rosco entero de errores. El presidente, como Indiana Jones, va a dar un salto de fe. No la suya, claro, sino la nuestra.
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