Juan Torres López
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
Si tuviésemos gobiernos decentes pondrían los datos sobre la mesa con transparencia para mostrar que la situación económica va bien o que hay problemas. Pero no es eso lo que tenemos.
En 2008, Zapatero ya empezó pidiendo patriotismo frente a quienes, en su opinión, solo se dedicaban a sembrar “alarmismo injustificado” cuando advertían de que estábamos en una crisis profunda. Y desde hace semanas, Rajoy y todos sus ministros se dedican a convencer a la población de que enseguida se comenzará a crear empleo y actividad económica porque la crisis se ha acabado y comienza, gracias a ellos, una nueva senda de crecimiento y bienestar.
Los datos, sin embargo, no permiten valorar tan positivamente lo que viene sucediendo.
El Producto Interior Bruto está estancado. Se nos dice que hemos salido de la recesión porque en el tercer trimestre de 2013 se registró un crecimiento del 0,1% respecto al anterior. Pero se trata de un avance tan exiguo que está por debajo de lo que se debería considerar como margen de error y la variación interanual sigue siendo negativa en los tres trimestres de 2013.
Además, los motores de la economía siguen perdiendo fuelle. El consumo de los hogares (corregido de efectos estacionales y de calendario) ha bajado de 148.090 millones de euros a finales de 2012 a 147.982 millones a finales del tercer trimestre de 2013 (una caída que es mucho mayor en términos corrientes). La inversión también ha bajado, de 49.006 millones de euros a 45.932 millones. Han aumentado levemente las exportaciones (en menor cantidad a medida que ha ido avanzando el año porque la demanda de los países europeos se ha deteriorado) y también las importaciones, y la consecuencia de todo ello es que la renta nacional disponible bruta también ha bajado de 263.572 millones de euros a 241.139 millones.
El empleo tampoco muestra una evolución que se pueda considerar positiva ni definitivamente mejorada, como también se quiere hacer creer.
A finales del tercer trimestre de 2013 había disminuido el número de activos (lo que permite que pueda registrarse una mejora aparente de la tasa de paro) al pasar de 22,92 millones a finales de 2012 a 22,72 millones. También ha descendido en ese periodo el número de ocupados (de 16,95 millones a 16,82 millones), el de ocupados a tiempo completo (de 14,35 millones a 14,23 millones), el de asalariados con contrato indefinido (de 10,72 millones a 10,4 millones) y el total de asalariados (de 13,92 millones a 13,74 millones). El número total de parados ha disminuido ligeramente (de 5,96 millones a 5,9 millones) pero han aumentado los parados con más de dos años en esta situación (de 1,92 millones a 2,17 millones).
También ha bajado en lo que llevamos de 2013 el índice de comercio al por menor, el índice de producción industrial, la utilización de la capacidad productiva, el indicador de cifra de negocios en la mayoría de las actividades económicas y se prevé que en 2014 siga produciéndose el cierre de un gran número de empresas y un aumento del número de concursos.
La deuda pública, por último no ha dejado de aumentar y ha pasado de representar el 84,2% del PIB a finales de 2012 al 93,4% al terminar el tercer trimestre de 2013.
La evaluación general que a mi juicio merecen estos datos y otros de más o menos la misma índole y que seguramente serán confirmados cuando se conozcan los del ejercicio completo podrían resumirse en tres ideas principales.
En primer lugar, que es muy aventurado, por no decir que irresponsable y carente de rigor, afirmar que hemos salido de lo peor y que la economía española está ya encaminada hacia la recuperación. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en Europa los datos están empeorando y que no puede descartarse un rebrote recesivo en los próximos trimestres.
En segundo lugar, que es cierto que algunos indicadores (como los de destrucción de empleo, entrada de capitales, ciertos gastos de consumo, exportaciones, o incluso el de variación trimestral del PIB) muestran que no se han dado las caídas de momentos anteriores, lo que podría interpretarse como que en 2013 se ha tocado fondo. Pero como eso no va acompañado de muestras significativas y globales de mejoría podrís ser más realista pensar que lo que hemos vivido en el ejercicio que acaba han sido las primeras muestras de una etapa depresiva tras la sacudida de la crisis.
Finalmente, parece también claro que esos síntomas de mejoría que se puedan observar reflejan que se trata de una recuperación solamente relativa a ciertas actividades o grupos de población pero no al conjunto de la economía.
Sin embargo, el hecho de que las cosas no vayan tan bien como dice el gobierno y los banqueros no quiere decir que no estemos en un punto de inflexión muy relevante y que seguramente consolide un notable cambio de situación en 2014.
A lo largo de 2013 el gobierno y los grandes grupos de poder han seguido ganando el pulso que echan desde 2010 a la inmensa mayoría de la sociedad española para saldar la crisis a su favor, imponiendo nuevas reglas de juego no solo en el terreno económico sino también en el político y social.
Lo que se está solventando en España no es salir o no de la crisis porque de cualquier crisis se sale tarde o temprano, aunque sea con los pies por delante, sino la situación que va a quedar tras el momento de convulsión. Y lo que hemos podido comprobar claramente a lo largo de 2013 es que la extrema derecha y los grandes grupos económicos y financieros están terminando de imponer su voluntad al resto de la sociedad y, en esa misma medida, han ido ganando confianza.
Lo que con toda seguridad está sucediendo, y a expensas de poder comprobarlo cuando se publiquen datos para todo el año y en relación con mayor número de variables, es que los grupos sociales más poderosos y determinantes de la actividad económica se han puesto en movimiento después de bastantes trimestres de atonía. Por un lado, por puro instinto de supervivencia porque, como decía Joan Robinson, los capitalistas ganan lo que gastan. Por otra, porque han surtido efecto las reformas y medidas gubernamentales orientadas a darles más poder e influencia y eso ha aumentado su beneficio y confianza (el número de trabajadores cubiertos por los convenios registrados han caído casi el 60% con respecto a 2010 y la subida salarial pactada ha sido, en términos reales, el 15% de la del año anterior). Y, finalmente, porque el discurso del gobierno y de los grandes focos de opinión ha logrado convencer a mucha gente de que la situación es mejor y de que se puede acabar ya con el retraimiento y la desconfianza de meses o incluso de años anteriores.
Vivimos así una situación paradójica. La extraordinaria concentración de la renta y la riqueza que existe en España y que se está agudizando en los últimos seis años de crisis constituye un freno estructural al desarrollo de nuestra economía y más concretamente para que salgamos de la crisis con más bienestar y seguridad (entre otras razones, provoca que el consumo privado se deteriore a pasos de gigante y que se deprima la actividad productiva al reducirse el gasto total). Pero la paradoja consiste en que los grupos de mayor renta y las empresas oligopolistas tienen tanta incidencia en nuestra economía y sociedad que en cuanto han movido pieza han podido dar la impresión de que es toda la economía la que se está transformando.
Esos cambios son los que marcan el cambio de tendencia que se produce cuando se está dando paso más abiertamente al nuevo modelo en que esos grupos de poder quieren asentar la economía española. Un nuevo modelo basado en el gasto de las clases altas, en entradas de capital principalmente vinculadas a una nueva reventa de activos españoles, en la extraversión de la actividad empresarial hacia los mercados extranjeros basada en salarios muy bajos y en una clase trabajadora ya completamente desarmada, y en la mayor eliminación posible de “inútil” gasto público.
Esta es la estrategia por la que han apostado claramente y la que les ha dado confianza, pero se trata de una opción suicida porque no resuelve los problemas que han provocado nuestros grandes desequilibrios. La deuda (y no solo la pública sino sobre todo la de las empresas) es ya hoy día materialmente imposible de pagar y va a seguir creciendo hasta acabar con una estrategia incapaz de generar ingresos suficientes para afrontarla. También crecerá la morosidad y la atonía del consumo. Las empresas y familias van a seguir sin disponer de financiación suficiente y solo nuevas trampas y favores contables y fiscales podrán seguir disimulando la insolvencia generalizada de la banca.
Por mucho que se quiera, la economía española no podrá salir adelante por mucho tiempo con el simple motor de un sector exportador del que hoy por hoy solo forma parte el 5% de las empresas y que además se enfrenta a una demanda exterior en declive. Es una estrategia que equivale a querer salir del hoyo tirándose de los pelos, un imposible, pues no se puede salvar a una economía como la española limitándose a salvaguardar los beneficios (incluso improbables) de unos pocos, de los sectores oligopolistas, y los privilegios de la oligarquía, por muy amplia que sea su dominación política.
Precisamente porque son plenamente conscientes de la inestabilidad y frustración que comporta esa vía, los grupos de poder y el gobierno apuestan principalmente por controlar el conflicto y el más mínimo síntoma de respuesta social y política, y ahí es donde va a radicar la clave de año que se avecina.
Si se sigue imponiendo, como hasta ahora, su respuesta a la crisis se irá consolidando la victoria pírrica que conlleva, es decir, la mejoría de los grupos privilegiados y más protegidos que se traducirá en exiguos incrementos de la actividad en algunos sectores acompañados de empobrecimiento general y de una gran atonía en la inmensa mayoría de la vida económica y, por tanto, de gran desempleo y trabajo cada vez más precario y de falta de ingreso. Salvo que la movilización social se imponga y frene la involución económica y política que todo ello conlleva y que solo nos puede llevar a revivir problemas (no solo económicos) de otras etapas de nuestra historia.
2014 es año de elecciones y de rebrotes recesivos en bastantes países europeos y posiblemente también en España. Será en el año que comienza cuando veamos hacia qué lado se resuelve finalmente el pulso que está suponiendo la crisis, aunque nada de lo que ocurra en un sentido u otro estará libre de dificultades y convulsiones.
Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
Si tuviésemos gobiernos decentes pondrían los datos sobre la mesa con transparencia para mostrar que la situación económica va bien o que hay problemas. Pero no es eso lo que tenemos.
En 2008, Zapatero ya empezó pidiendo patriotismo frente a quienes, en su opinión, solo se dedicaban a sembrar “alarmismo injustificado” cuando advertían de que estábamos en una crisis profunda. Y desde hace semanas, Rajoy y todos sus ministros se dedican a convencer a la población de que enseguida se comenzará a crear empleo y actividad económica porque la crisis se ha acabado y comienza, gracias a ellos, una nueva senda de crecimiento y bienestar.
Los datos, sin embargo, no permiten valorar tan positivamente lo que viene sucediendo.
El Producto Interior Bruto está estancado. Se nos dice que hemos salido de la recesión porque en el tercer trimestre de 2013 se registró un crecimiento del 0,1% respecto al anterior. Pero se trata de un avance tan exiguo que está por debajo de lo que se debería considerar como margen de error y la variación interanual sigue siendo negativa en los tres trimestres de 2013.
Además, los motores de la economía siguen perdiendo fuelle. El consumo de los hogares (corregido de efectos estacionales y de calendario) ha bajado de 148.090 millones de euros a finales de 2012 a 147.982 millones a finales del tercer trimestre de 2013 (una caída que es mucho mayor en términos corrientes). La inversión también ha bajado, de 49.006 millones de euros a 45.932 millones. Han aumentado levemente las exportaciones (en menor cantidad a medida que ha ido avanzando el año porque la demanda de los países europeos se ha deteriorado) y también las importaciones, y la consecuencia de todo ello es que la renta nacional disponible bruta también ha bajado de 263.572 millones de euros a 241.139 millones.
El empleo tampoco muestra una evolución que se pueda considerar positiva ni definitivamente mejorada, como también se quiere hacer creer.
A finales del tercer trimestre de 2013 había disminuido el número de activos (lo que permite que pueda registrarse una mejora aparente de la tasa de paro) al pasar de 22,92 millones a finales de 2012 a 22,72 millones. También ha descendido en ese periodo el número de ocupados (de 16,95 millones a 16,82 millones), el de ocupados a tiempo completo (de 14,35 millones a 14,23 millones), el de asalariados con contrato indefinido (de 10,72 millones a 10,4 millones) y el total de asalariados (de 13,92 millones a 13,74 millones). El número total de parados ha disminuido ligeramente (de 5,96 millones a 5,9 millones) pero han aumentado los parados con más de dos años en esta situación (de 1,92 millones a 2,17 millones).
También ha bajado en lo que llevamos de 2013 el índice de comercio al por menor, el índice de producción industrial, la utilización de la capacidad productiva, el indicador de cifra de negocios en la mayoría de las actividades económicas y se prevé que en 2014 siga produciéndose el cierre de un gran número de empresas y un aumento del número de concursos.
La deuda pública, por último no ha dejado de aumentar y ha pasado de representar el 84,2% del PIB a finales de 2012 al 93,4% al terminar el tercer trimestre de 2013.
La evaluación general que a mi juicio merecen estos datos y otros de más o menos la misma índole y que seguramente serán confirmados cuando se conozcan los del ejercicio completo podrían resumirse en tres ideas principales.
En primer lugar, que es muy aventurado, por no decir que irresponsable y carente de rigor, afirmar que hemos salido de lo peor y que la economía española está ya encaminada hacia la recuperación. Sobre todo, si se tiene en cuenta que en Europa los datos están empeorando y que no puede descartarse un rebrote recesivo en los próximos trimestres.
En segundo lugar, que es cierto que algunos indicadores (como los de destrucción de empleo, entrada de capitales, ciertos gastos de consumo, exportaciones, o incluso el de variación trimestral del PIB) muestran que no se han dado las caídas de momentos anteriores, lo que podría interpretarse como que en 2013 se ha tocado fondo. Pero como eso no va acompañado de muestras significativas y globales de mejoría podrís ser más realista pensar que lo que hemos vivido en el ejercicio que acaba han sido las primeras muestras de una etapa depresiva tras la sacudida de la crisis.
Finalmente, parece también claro que esos síntomas de mejoría que se puedan observar reflejan que se trata de una recuperación solamente relativa a ciertas actividades o grupos de población pero no al conjunto de la economía.
Sin embargo, el hecho de que las cosas no vayan tan bien como dice el gobierno y los banqueros no quiere decir que no estemos en un punto de inflexión muy relevante y que seguramente consolide un notable cambio de situación en 2014.
A lo largo de 2013 el gobierno y los grandes grupos de poder han seguido ganando el pulso que echan desde 2010 a la inmensa mayoría de la sociedad española para saldar la crisis a su favor, imponiendo nuevas reglas de juego no solo en el terreno económico sino también en el político y social.
Lo que se está solventando en España no es salir o no de la crisis porque de cualquier crisis se sale tarde o temprano, aunque sea con los pies por delante, sino la situación que va a quedar tras el momento de convulsión. Y lo que hemos podido comprobar claramente a lo largo de 2013 es que la extrema derecha y los grandes grupos económicos y financieros están terminando de imponer su voluntad al resto de la sociedad y, en esa misma medida, han ido ganando confianza.
Lo que con toda seguridad está sucediendo, y a expensas de poder comprobarlo cuando se publiquen datos para todo el año y en relación con mayor número de variables, es que los grupos sociales más poderosos y determinantes de la actividad económica se han puesto en movimiento después de bastantes trimestres de atonía. Por un lado, por puro instinto de supervivencia porque, como decía Joan Robinson, los capitalistas ganan lo que gastan. Por otra, porque han surtido efecto las reformas y medidas gubernamentales orientadas a darles más poder e influencia y eso ha aumentado su beneficio y confianza (el número de trabajadores cubiertos por los convenios registrados han caído casi el 60% con respecto a 2010 y la subida salarial pactada ha sido, en términos reales, el 15% de la del año anterior). Y, finalmente, porque el discurso del gobierno y de los grandes focos de opinión ha logrado convencer a mucha gente de que la situación es mejor y de que se puede acabar ya con el retraimiento y la desconfianza de meses o incluso de años anteriores.
Vivimos así una situación paradójica. La extraordinaria concentración de la renta y la riqueza que existe en España y que se está agudizando en los últimos seis años de crisis constituye un freno estructural al desarrollo de nuestra economía y más concretamente para que salgamos de la crisis con más bienestar y seguridad (entre otras razones, provoca que el consumo privado se deteriore a pasos de gigante y que se deprima la actividad productiva al reducirse el gasto total). Pero la paradoja consiste en que los grupos de mayor renta y las empresas oligopolistas tienen tanta incidencia en nuestra economía y sociedad que en cuanto han movido pieza han podido dar la impresión de que es toda la economía la que se está transformando.
Esos cambios son los que marcan el cambio de tendencia que se produce cuando se está dando paso más abiertamente al nuevo modelo en que esos grupos de poder quieren asentar la economía española. Un nuevo modelo basado en el gasto de las clases altas, en entradas de capital principalmente vinculadas a una nueva reventa de activos españoles, en la extraversión de la actividad empresarial hacia los mercados extranjeros basada en salarios muy bajos y en una clase trabajadora ya completamente desarmada, y en la mayor eliminación posible de “inútil” gasto público.
Esta es la estrategia por la que han apostado claramente y la que les ha dado confianza, pero se trata de una opción suicida porque no resuelve los problemas que han provocado nuestros grandes desequilibrios. La deuda (y no solo la pública sino sobre todo la de las empresas) es ya hoy día materialmente imposible de pagar y va a seguir creciendo hasta acabar con una estrategia incapaz de generar ingresos suficientes para afrontarla. También crecerá la morosidad y la atonía del consumo. Las empresas y familias van a seguir sin disponer de financiación suficiente y solo nuevas trampas y favores contables y fiscales podrán seguir disimulando la insolvencia generalizada de la banca.
Por mucho que se quiera, la economía española no podrá salir adelante por mucho tiempo con el simple motor de un sector exportador del que hoy por hoy solo forma parte el 5% de las empresas y que además se enfrenta a una demanda exterior en declive. Es una estrategia que equivale a querer salir del hoyo tirándose de los pelos, un imposible, pues no se puede salvar a una economía como la española limitándose a salvaguardar los beneficios (incluso improbables) de unos pocos, de los sectores oligopolistas, y los privilegios de la oligarquía, por muy amplia que sea su dominación política.
Precisamente porque son plenamente conscientes de la inestabilidad y frustración que comporta esa vía, los grupos de poder y el gobierno apuestan principalmente por controlar el conflicto y el más mínimo síntoma de respuesta social y política, y ahí es donde va a radicar la clave de año que se avecina.
Si se sigue imponiendo, como hasta ahora, su respuesta a la crisis se irá consolidando la victoria pírrica que conlleva, es decir, la mejoría de los grupos privilegiados y más protegidos que se traducirá en exiguos incrementos de la actividad en algunos sectores acompañados de empobrecimiento general y de una gran atonía en la inmensa mayoría de la vida económica y, por tanto, de gran desempleo y trabajo cada vez más precario y de falta de ingreso. Salvo que la movilización social se imponga y frene la involución económica y política que todo ello conlleva y que solo nos puede llevar a revivir problemas (no solo económicos) de otras etapas de nuestra historia.
2014 es año de elecciones y de rebrotes recesivos en bastantes países europeos y posiblemente también en España. Será en el año que comienza cuando veamos hacia qué lado se resuelve finalmente el pulso que está suponiendo la crisis, aunque nada de lo que ocurra en un sentido u otro estará libre de dificultades y convulsiones.
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