David Torres
Cuando todavía no habíamos acabado de digerir la tristeza por la muerte de Philip Seymour Hoffman, un diario humorístico abrió su edición digital con la siguiente noticia: “Charlie Sheen es encontrado vivo en su apartamento de Nueva York a la edad de 48 años”. Y adornaron la ocurrencia con una foto del actor tocado con sombrero, rebosando salud y aspirando a dos carrillos de un puro grueso como una blasfemia. Esta macabra muestra de humor negro se afina ante la sugerencia de que el tabaco puede ser tan letal como la heroína y su arriesgada ruleta rusa; de que si Sheen ha sobrevivido hasta ahora a la cocaína con pajita, las borracheras homéricas y las juergas promiscuas entre camiones de putas fastuosas, bien puede atreverse ahora a encender un cigarro.
A pesar de que hay precios y tamaños para todos los bolsillos, incluidos los míos, los habanos siguen padeciendo un sambenito que oscila entre el dispendio y la locura. En una de las mejores películas de submarinos de la historia, el capitán, Gene Hackman, invitaba a uno a su segundo pero le advertía que mejor no se acostumbrase: “Tenga cuidado. Son más caros que las drogas”. En la lista de bodas de la trama Gürtel los cigarros resaltan como la negrita del lujo y el despelote: ahí, en medio de los aparatosos viajes a Disneylandia y las estancias en hoteles de cinco estrellas, dos cajas de habanos para Luis Bárcenas valoradas en 450 euros.
Entre relojes gordos como coliflores, plumas de oro macizo, móviles con centrifugado, televisiones de plasma con presidente incorporado y otras horteradas acojonantes, destacan las hileras de habanos, los cilindros hermosos y perfectos, las cananas rellenas de humo tibio con los que agradecer los favores prestados. Yo no me dejaría alquilar por unas fotos junto a Goofy o un teléfono nuevo, pero cuando mi amigo Eduardo Vilas me regaló en La Habana nada menos que dos cajas de Cohiba Siglo VI, le pregunté muy serio: “¿A quién hay que matar?” Prácticamente lo mismo que le insinué a otro amigo, Javier Rodríguez Lera, que hace cosa de un mes me regaló una caja de Partagás Serie D No. 4, un cigarro donde cada bocanada contiene un adelanto del paraíso. Guardo todavía unos cuantos para el día en que Escudier, con el que comparto la afición de hacer la chimenea, logre cuadrar la agenda y busquemos un local de perdición donde encontrarnos.
Esos habanos son, tal vez, la única muestra de buen gusto del consigliere Correa, un tipo que en la boda de la hija de Aznar daba la impresión de ir manoseando diamantes en el bolsillo de la chaqueta mientras mascaba trufas como si fuesen gominolas. Si éste era el cerebro de la trama Gürtel, da miedo imaginar cómo serían el el hígado y el duodeno. De cualquier modo y a pesar de mi torpeza elemental con los números, yo he echado cuentas y por más cajas de habanos, viajes a Cancún y restaurantes de ocho tenedores que sume, no me acaban de salir por ningún lado los 25 millones de euros en dinero negro que, según uno de los informes de la Udef, manejó la red Gürtel entre 1996 y 2009. Ni siquiera Charlie Sheen se fumaría todo eso.
Cuando todavía no habíamos acabado de digerir la tristeza por la muerte de Philip Seymour Hoffman, un diario humorístico abrió su edición digital con la siguiente noticia: “Charlie Sheen es encontrado vivo en su apartamento de Nueva York a la edad de 48 años”. Y adornaron la ocurrencia con una foto del actor tocado con sombrero, rebosando salud y aspirando a dos carrillos de un puro grueso como una blasfemia. Esta macabra muestra de humor negro se afina ante la sugerencia de que el tabaco puede ser tan letal como la heroína y su arriesgada ruleta rusa; de que si Sheen ha sobrevivido hasta ahora a la cocaína con pajita, las borracheras homéricas y las juergas promiscuas entre camiones de putas fastuosas, bien puede atreverse ahora a encender un cigarro.
A pesar de que hay precios y tamaños para todos los bolsillos, incluidos los míos, los habanos siguen padeciendo un sambenito que oscila entre el dispendio y la locura. En una de las mejores películas de submarinos de la historia, el capitán, Gene Hackman, invitaba a uno a su segundo pero le advertía que mejor no se acostumbrase: “Tenga cuidado. Son más caros que las drogas”. En la lista de bodas de la trama Gürtel los cigarros resaltan como la negrita del lujo y el despelote: ahí, en medio de los aparatosos viajes a Disneylandia y las estancias en hoteles de cinco estrellas, dos cajas de habanos para Luis Bárcenas valoradas en 450 euros.
Entre relojes gordos como coliflores, plumas de oro macizo, móviles con centrifugado, televisiones de plasma con presidente incorporado y otras horteradas acojonantes, destacan las hileras de habanos, los cilindros hermosos y perfectos, las cananas rellenas de humo tibio con los que agradecer los favores prestados. Yo no me dejaría alquilar por unas fotos junto a Goofy o un teléfono nuevo, pero cuando mi amigo Eduardo Vilas me regaló en La Habana nada menos que dos cajas de Cohiba Siglo VI, le pregunté muy serio: “¿A quién hay que matar?” Prácticamente lo mismo que le insinué a otro amigo, Javier Rodríguez Lera, que hace cosa de un mes me regaló una caja de Partagás Serie D No. 4, un cigarro donde cada bocanada contiene un adelanto del paraíso. Guardo todavía unos cuantos para el día en que Escudier, con el que comparto la afición de hacer la chimenea, logre cuadrar la agenda y busquemos un local de perdición donde encontrarnos.
Esos habanos son, tal vez, la única muestra de buen gusto del consigliere Correa, un tipo que en la boda de la hija de Aznar daba la impresión de ir manoseando diamantes en el bolsillo de la chaqueta mientras mascaba trufas como si fuesen gominolas. Si éste era el cerebro de la trama Gürtel, da miedo imaginar cómo serían el el hígado y el duodeno. De cualquier modo y a pesar de mi torpeza elemental con los números, yo he echado cuentas y por más cajas de habanos, viajes a Cancún y restaurantes de ocho tenedores que sume, no me acaban de salir por ningún lado los 25 millones de euros en dinero negro que, según uno de los informes de la Udef, manejó la red Gürtel entre 1996 y 2009. Ni siquiera Charlie Sheen se fumaría todo eso.
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