La hemeroteca puede resultar severa con los periódicos.
En el ejercicio del periodismo diario todos cometemos errores. Sobre el
papel pueden corregirse en el plazo de 24 horas, en el soporte digital
tan pronto como se descubren. Pero en la historia reciente de la prensa
española existe el caso de un periódico que cometió un error hace justo
diez años y aún hoy sigue sin reconocerlo abiertamente, sin pedir perdón
a las víctimas de la contumaz manipulación.
Podríamos decir que es un descomunal ejercicio de orgullo y prepotencia
de un director de periódico, a quien no le gustó la realidad y fabricó
la suya propia. Y pese a descubrir muy pronto que los hechos le daban la
espalda, persistió en la manipulación de los indicios y los
interrogantes para hacer verosímil el disparate. Cruzó todas las líneas
rojas de la ética del periodismo y escribió el capítulo más vergonzoso
de la prensa española en democracia. Un capítulo de hasta donde pueden
orillarse los escrúpulos y la moral para vender periódicos, para tener
‘razón’ a toda costa.
Pero lo más grave es que Pedro J. Ramírez, el director de El Mundo
hasta hace quince días, construyó la mentira sobre el 11-M, el peor
atentado terrorista de España en el que murieron 191 personas y 1858
resultaron heridas. Con su persistente campaña de cientos de páginas y
decenas de portadas contribuyó a incrementar el dolor de las víctimas. A
hacer aún más difícil el trabajo de policías, fiscales y jueces que
habían realizado una investigación y un proceso penal ejemplar.
Pero Pedro J Ramírez no estuvo solo en su delirio. Federico Jiménez
Losantos, el locutor estrella de la emisora propiedad de la Conferencia
Episcopal Española; un medio público como Telemadrid, y el diario
digital de la extrema derecha (Libertad digital) fueron los cómplices
necesarios para alimentar una corriente de opinión crédula con la
mentira. Pero hubo un compañero de viaje aún más poderoso, un sector del
Partido Popular que intentaba reescribir la historia, borrar la pésima
gestión de las horas que siguieron al 11-M.
Juntos
crearon un auténtico grupo de presión que actuó de forma despiadada
contra todos aquellos a los que consideraban obstáculos para sus
propósitos, ya fueran víctimas, jueces o periodistas. Sólo tres
ejemplos: la presidenta de la Asociación 11M afectados del terrorismo,
Pilar Manjón, sumó a la pérdida de un hijo un constante acoso; el juez
instructor Juan del Olmo se enfrentó a duros intentos de descrédito
profesional y el periodista José Antonio Zarzalejos, entonces director
de ABC, padeció una operación de derribo por no sumarse a la ‘teoría de
la conspiración’.
Y hubo millones de ciudadanos que
querían leer, oír o ver fabulaciones interesadas antes que conocer la
verdad. Sin ellos el diario, la radio y la televisión no habrían tenido
el combustible necesario para la ignominia. Y hubo clamorosos silencios
en la profesión en general y en las redacciones afectadas en particular.
Silencios que hicieron aún más meritorio el coraje de quienes plantaron
cara. Diez años después del 11-M, los principales instigadores de la
‘teoría de la conspiración’ ya no están en sus puestos. Pero todo el
dolor añadido de las víctimas y algunas de las páginas más negras de la
historia del periodismo permanecerán para siempre.
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