Juan Carlos Escudier
Lo de ir a arreglar el mundo con Felipe González es comodísimo. Basta sentarse y seguir el curso fluvial de su oratoria, que más que torrencial es amazónica. Ir a verle ayer a la Escuela Julián Besteiro de la UGT tenía su morbo, recién estrenada la fundación que el expresidente ha creado para el estudio de sí mismo y de su organismo. No tardó en explicar la razón de haber erigido esta catedral a la egolatría, en afortunada expresión de David Torres: poner a disposición de los investigadores todo el material que ha acumulado “para que la interpretación de lo que ha pasado en este país no sea la de Pedro Jeta”. Los dioses, por lo visto, tienen un montón de demonios.
A González se le había convocado a las siete de la tarde para que, en compañía de Iñaki Gabilondo, respondiera a esta sencilla pregunta: ¿Cómo salimos de ésta? Y, claro, nos dieron las ocho y las nueve, que diría Sabina. El “cristiano con minusvalías”, como él mismo se definió, tuvo tiempo de sobra para darle el mandoble de rigor al Anticristo, o sea a Aznar, y el pescozón habitual a Zapatero, del que, sin citarle, se cachondeó de su optimismo profesional, él que siempre se pone en lo peor “para tener recorrido”, y de su intento de cambiar por ley el modelo productivo. Por resumir –les ahorro su cita de Gramsci- la cosa tiene arreglo pero falta coraje político. Que se entere “Tontoro”, que es como llama al ministro de Hacienda.
Coronado de plata por las canas, póngase a González una larga barba y un bastón y tendrán al abuelo Cebolleta. No es ya que este hombre aparente saberlo todo, sino que además, al parecer, se lo tiene dicho a todo cristo. A Dilma Russef, por ejemplo, le predijo 20 días antes las movilizaciones sociales de Brasil. Al Papa le conoció cuando sólo era Bergoglio, se tomó con él un café, y le hizo ver que era la única voz autorizada que tenía Argentina. Ahí donde lo ven ha dado doctrina a quienes forman a la dirigencia china, y algo se le ha tenido que olvidar porque viaja a Pekín en unos días. Y así.
La izquierda –la sensata, ya que por la otra sólo siente desprecio – tiene, según dijo, una oportunidad única para sacarnos de este valle de lágrimas, aunque para ello deba atreverse a hacer una revolución de ideas dentro de los límites de la economía social y de mercado. ¿Una idea? Vincular los salarios a la productividad, algo que también propone Joan Rosell, el de la CEOE, que va a resultar que es socialdemócrata. ¿Otra idea? Repartir el tiempo de trabajo sin que se pierda competitividad. Como buen centrocampista sin remate dejó para otra ocasión explicar los detalles.
No es que González se nos haya hecho de derechas, o al menos no del todo. Está muy en contra de que la competitividad se alcance bajando salarios – “para competir con China, ¿adónde hay que llegar?”-, critica que se haya utilizado la crisis para hacer “contrabando ideológico”, arremete contra los recortes en educación y en innovación, defiende la sanidad universal, cuya medalla se cuelga con razón, y da una idea contra las privatizaciones: denunciarlas ante Bruselas, -“la nueva Roma”- como ayudas de Estado encubiertas a empresas privadas. Si no habla de emprendedores es porque él ya lo hacía en los años 90 y ahora el término se ha pervertido.
Obviamente, de la crisis de la UE, que amenaza con convertirnos en un simple “rincón de Eurasia”, ya ha hablado con Delors, con Giscard D’Estaing y con Van Rompuy, quien al parecer le confesó primero que al invento le quedaba media hora y tiempo después que el horizonte se había ampliado a tres años. A Catherine Ashton no le ha dicho nada porque es una “inútil”. Opina que Europa es “un museo” que hay que renovar, que Alemania, cuyos problemas son como los nuestros, no va a permitir ahora la unión bancaria ni que sus entidades se sometan al mismo striptease que las españoles porque suspendería el 80% y que tragedias como nuestros seis millones de parados han de servir para que nadie te tome el pelo en Bruselas.
¿El ejemplo a seguir? Estados Unidos, y su revolución energética, la que le ha hecho despreocuparse de Oriente Medio. Sutilmente, el estadista cedió el micrófono al consejero de Gas Natural, que impartió sin rubor una miniconferencia sobre el desastroso marco eléctrico y el gas de esquisto (el del fracking). “En EEUU producen gas a cuatro dólares el millón de BTU (la unidad de medida) mientras que en España y Europa se paga a 9 dólares. ¿Qué cómo se compite? Por ahí”.
Retornado el estadista, para terminar de arreglar el mundo a González le faltaba lógicamente el repaso a España y su crisis territorial. En su opinión, todos los males arrancan de Aznar por haber dado capacidad normativa a las comunidades autónomas en impuestos básicos (el IRPF, por ejemplo). De la descentralización se pasó a la “centrifugación” y de ahí a los Reinos de Taifas y a la subasta permanente.
Encontrado el culpable y tras reiterar que el derecho a decidir también lo tiene él y el resto de los españoles que verían modificada su nación con la amputación de una de sus partes, faltaba la solución. ¿Qué hacer para resolver el problema de Cataluña? Lo primero, “no estarse quieto” como ese Don Tancredo que es Rajoy. Después dialogar, pero dejando claro los límites: “La independencia es imposible y cabalgar hacia un imposible creará una frustración que se tardará en recomponer 20 años”. Y finalmente, abrir una reflexión pausada sobre una reforma constitucional, sin temor a dar una solución asimétrica a Cataluña siempre que se respeten los derechos básicos de todos los ciudadanos. “La propuesta federal es a la que se terminará por llegar, si antes no rompemos el invento, algo que no se puede descartar tratándose de este país”.
Para que todo esto ocurra Cataluña debe recuperar la “centralidad”. ¿Cómo? Con una “gobernanza sensata” que agrupe al PSC, a Unió y a la parte de Convergència que lamenta “estar trabajando para ERC”. Como puede suponerse cargó contra “la ensoñación nacionalista”, tachó de ridiculez “definir la identidad cerrando una frontera” y destacó que en sus viajes a lo largo y ancho de este mundo nadie se tomaba en serio la independencia catalana. Antes de que la madrugada sorprendiera a los asistentes, Gabilondo dio por concluida la perorata. “Amén”, dijo.
Lo de ir a arreglar el mundo con Felipe González es comodísimo. Basta sentarse y seguir el curso fluvial de su oratoria, que más que torrencial es amazónica. Ir a verle ayer a la Escuela Julián Besteiro de la UGT tenía su morbo, recién estrenada la fundación que el expresidente ha creado para el estudio de sí mismo y de su organismo. No tardó en explicar la razón de haber erigido esta catedral a la egolatría, en afortunada expresión de David Torres: poner a disposición de los investigadores todo el material que ha acumulado “para que la interpretación de lo que ha pasado en este país no sea la de Pedro Jeta”. Los dioses, por lo visto, tienen un montón de demonios.
A González se le había convocado a las siete de la tarde para que, en compañía de Iñaki Gabilondo, respondiera a esta sencilla pregunta: ¿Cómo salimos de ésta? Y, claro, nos dieron las ocho y las nueve, que diría Sabina. El “cristiano con minusvalías”, como él mismo se definió, tuvo tiempo de sobra para darle el mandoble de rigor al Anticristo, o sea a Aznar, y el pescozón habitual a Zapatero, del que, sin citarle, se cachondeó de su optimismo profesional, él que siempre se pone en lo peor “para tener recorrido”, y de su intento de cambiar por ley el modelo productivo. Por resumir –les ahorro su cita de Gramsci- la cosa tiene arreglo pero falta coraje político. Que se entere “Tontoro”, que es como llama al ministro de Hacienda.
Coronado de plata por las canas, póngase a González una larga barba y un bastón y tendrán al abuelo Cebolleta. No es ya que este hombre aparente saberlo todo, sino que además, al parecer, se lo tiene dicho a todo cristo. A Dilma Russef, por ejemplo, le predijo 20 días antes las movilizaciones sociales de Brasil. Al Papa le conoció cuando sólo era Bergoglio, se tomó con él un café, y le hizo ver que era la única voz autorizada que tenía Argentina. Ahí donde lo ven ha dado doctrina a quienes forman a la dirigencia china, y algo se le ha tenido que olvidar porque viaja a Pekín en unos días. Y así.
La izquierda –la sensata, ya que por la otra sólo siente desprecio – tiene, según dijo, una oportunidad única para sacarnos de este valle de lágrimas, aunque para ello deba atreverse a hacer una revolución de ideas dentro de los límites de la economía social y de mercado. ¿Una idea? Vincular los salarios a la productividad, algo que también propone Joan Rosell, el de la CEOE, que va a resultar que es socialdemócrata. ¿Otra idea? Repartir el tiempo de trabajo sin que se pierda competitividad. Como buen centrocampista sin remate dejó para otra ocasión explicar los detalles.
No es que González se nos haya hecho de derechas, o al menos no del todo. Está muy en contra de que la competitividad se alcance bajando salarios – “para competir con China, ¿adónde hay que llegar?”-, critica que se haya utilizado la crisis para hacer “contrabando ideológico”, arremete contra los recortes en educación y en innovación, defiende la sanidad universal, cuya medalla se cuelga con razón, y da una idea contra las privatizaciones: denunciarlas ante Bruselas, -“la nueva Roma”- como ayudas de Estado encubiertas a empresas privadas. Si no habla de emprendedores es porque él ya lo hacía en los años 90 y ahora el término se ha pervertido.
Obviamente, de la crisis de la UE, que amenaza con convertirnos en un simple “rincón de Eurasia”, ya ha hablado con Delors, con Giscard D’Estaing y con Van Rompuy, quien al parecer le confesó primero que al invento le quedaba media hora y tiempo después que el horizonte se había ampliado a tres años. A Catherine Ashton no le ha dicho nada porque es una “inútil”. Opina que Europa es “un museo” que hay que renovar, que Alemania, cuyos problemas son como los nuestros, no va a permitir ahora la unión bancaria ni que sus entidades se sometan al mismo striptease que las españoles porque suspendería el 80% y que tragedias como nuestros seis millones de parados han de servir para que nadie te tome el pelo en Bruselas.
¿El ejemplo a seguir? Estados Unidos, y su revolución energética, la que le ha hecho despreocuparse de Oriente Medio. Sutilmente, el estadista cedió el micrófono al consejero de Gas Natural, que impartió sin rubor una miniconferencia sobre el desastroso marco eléctrico y el gas de esquisto (el del fracking). “En EEUU producen gas a cuatro dólares el millón de BTU (la unidad de medida) mientras que en España y Europa se paga a 9 dólares. ¿Qué cómo se compite? Por ahí”.
Retornado el estadista, para terminar de arreglar el mundo a González le faltaba lógicamente el repaso a España y su crisis territorial. En su opinión, todos los males arrancan de Aznar por haber dado capacidad normativa a las comunidades autónomas en impuestos básicos (el IRPF, por ejemplo). De la descentralización se pasó a la “centrifugación” y de ahí a los Reinos de Taifas y a la subasta permanente.
Encontrado el culpable y tras reiterar que el derecho a decidir también lo tiene él y el resto de los españoles que verían modificada su nación con la amputación de una de sus partes, faltaba la solución. ¿Qué hacer para resolver el problema de Cataluña? Lo primero, “no estarse quieto” como ese Don Tancredo que es Rajoy. Después dialogar, pero dejando claro los límites: “La independencia es imposible y cabalgar hacia un imposible creará una frustración que se tardará en recomponer 20 años”. Y finalmente, abrir una reflexión pausada sobre una reforma constitucional, sin temor a dar una solución asimétrica a Cataluña siempre que se respeten los derechos básicos de todos los ciudadanos. “La propuesta federal es a la que se terminará por llegar, si antes no rompemos el invento, algo que no se puede descartar tratándose de este país”.
Para que todo esto ocurra Cataluña debe recuperar la “centralidad”. ¿Cómo? Con una “gobernanza sensata” que agrupe al PSC, a Unió y a la parte de Convergència que lamenta “estar trabajando para ERC”. Como puede suponerse cargó contra “la ensoñación nacionalista”, tachó de ridiculez “definir la identidad cerrando una frontera” y destacó que en sus viajes a lo largo y ancho de este mundo nadie se tomaba en serio la independencia catalana. Antes de que la madrugada sorprendiera a los asistentes, Gabilondo dio por concluida la perorata. “Amén”, dijo.
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