Juan Carlos Monedero
Hay algunos movimientos políticos que se me escapan. O quizás no. Quizás me gustaría que se me escaparan.
Tengo la sensación de que hay una generación de gente de la política o de su entorno que ha llegado a la conclusión de que si las nuevas generaciones impugnan la Transición, también van a impugnar a los actores que la protagonizaron. Razón no les falta. La última etapa de ZP y el posterior gobierno de Rajoy, unido a la crisis de El país y también a la crisis del país, corrió hacia a la izquierda a los constructores de la versión oficial de la Transición y también a parte de sus principales voceros públicos. Corremos pues el riesgo de que los que nos hicieron comulgar con las ruedas de molino de aquel proceso, quieran venir ahora a rescatarnos precisamente de esa mentira. De una manera improductiva. Ellos saben que nosotros sabemos que su hora ya ha pasado. No necesitamos una segunda Transición. Necesitamos una primera ruptura.
Los que tienen biografías ligadas a la Transición se mueven en zigzag logrando ciertamente desconcertarnos. Han firmado demasiados manifiestos contradictorios entre sí, pero siguen queriendo ser los abajofirmantes y arribapresentes que marquen la pauta de la protesta en el reino de España. Es necesario sumar y es mejor que estén en el bando de la decendencia que en el de la indecencia. Hacen mucha falta. Pero ¿tienen que seguir siendo las cabezas visibles? ¿Tienen que estar siempre en el puente de mando? ¿Nunca va a llegar un recambio generacional a este país? ¿Tienen que venir los mismos, con las maneras de salvadores de siempre, a organizar un cambio desde las cúpulas?
Algunos requiebros sorprenden más que otros. En el fondo, los que fueron felices en el pasado quieren regresar a los lugares donde vivieron encantados de conocerse. Sin hacer muchas preguntas. Falta generosidad. Ahí se agarra la derecha, como acaba de hacer Gallardón, para justificar esa insultante ley de amnistía que fue una ley de punto final para los asesinos.
Por más que me esfuerzo, no entiendo qué hace el Juez Baltasar Garzón afirmando: “En la historia de la humanidad son pocos los verdaderos protagonistas de la misma. Son aquellos que la construyen día a día, con sus aportes, sus ideas y la coherencia del pensamiento con la práctica de sus postulados. A nivel local, en la España democrática, también son muy pocos los que se incluirían en ese club selecto. Personas tan dispares ideológicamente como Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo, entre otros, se dieron cita en ese grupo”.
¿Qué quedó de Mister X? ¿No cerraba la ecuación la posterior afirmación de Felipe González fardando de que pudo volar la cúpula de ETA, así, sin juicio de por medio ni zarandajas de leguleyos? ¿Y no fue Fraga quien firmó sentencias de muerte y se jactó siempre de honrar y celebrar el franquismo? ¿Cabe preguntar, como hizo Garzón con nuestro apoyo, por los 114.00 asesinados y enterrados en cunetas, zanjas y fosas comunes y, al tiempo, colocar en la “España democrática” a la persona que rapó a las mujeres de los mineros, justificó el asesinato de Julián Grimau, dijo que la calle era suya mientras morían trabajadores en Vitoria o falsificó los diarios del estudiante Enrique Ruano para presentar su asesinato por la policía como un suicidio? No entiendo nada. O lo entiendo todo. Quizá ellos saben que nosotros sabemos que la solución ya no viene de héroes mediáticos. Y que hay que revisitar la página mal leída de la Transición. Sólo el pueblo salva al pueblo.
Por eso la necesidad de una transición contada a nuestros padres. No porque pensemos que nadie traicionó a nadie (como escribía Luis García Montero, no queriendo entender las razones profundas de las miradas críticas con el fraude de la Transición y, sobre todo, con su relato). No es una buena táctica simplificar nuestro discurso. Aunque tampoco es tan complicado: no hay reinvención de la democracia sin revisitar la Transición. Con el relato oficial -donde se encuentran Gallardón y los que desde la izquierda no terminan de sacar las conclusiones correctas- y con los actores de siempre en los papeles estelares no vamos a salir del agujero. Sobre esto versa tambien esta entrevista en Radio 3 sobre “La Transición sin mitos” que motiva estas letras (¿tenemos que seguir aguantado que personas como Juan Linz, que minimizó las 2000 fosas con cadáveres de demócratas sobre las que se asentó el franquismo, eran poca cosa? ¿Esos son nuestros premios Príncipe de Asturias?).
Tenemos que volver a recordar a los que quieran ponerse la capa de Batman que aunque España se parezca cada vez más a Ciudad Gótica, aquí somos más de 13 Rue del Percebe. Esa casa de vecinos donde todos hacen falta incluso con sus defectos. Donde la gente decente se encuentra todos los días con la gente decente. Y con la indecente. Y por eso sabemos quién es el ratero, quién el que nos engaña con la báscula, y también quién está triste y quién no nos deja ser felices. Quién vive en el primero y quién en el quinto. Y sabe que no hacen falta los de siempre a no ser que el trato sea volver a hacer otra vez lo mismo.
Hay algunos movimientos políticos que se me escapan. O quizás no. Quizás me gustaría que se me escaparan.
Tengo la sensación de que hay una generación de gente de la política o de su entorno que ha llegado a la conclusión de que si las nuevas generaciones impugnan la Transición, también van a impugnar a los actores que la protagonizaron. Razón no les falta. La última etapa de ZP y el posterior gobierno de Rajoy, unido a la crisis de El país y también a la crisis del país, corrió hacia a la izquierda a los constructores de la versión oficial de la Transición y también a parte de sus principales voceros públicos. Corremos pues el riesgo de que los que nos hicieron comulgar con las ruedas de molino de aquel proceso, quieran venir ahora a rescatarnos precisamente de esa mentira. De una manera improductiva. Ellos saben que nosotros sabemos que su hora ya ha pasado. No necesitamos una segunda Transición. Necesitamos una primera ruptura.
Los que tienen biografías ligadas a la Transición se mueven en zigzag logrando ciertamente desconcertarnos. Han firmado demasiados manifiestos contradictorios entre sí, pero siguen queriendo ser los abajofirmantes y arribapresentes que marquen la pauta de la protesta en el reino de España. Es necesario sumar y es mejor que estén en el bando de la decendencia que en el de la indecencia. Hacen mucha falta. Pero ¿tienen que seguir siendo las cabezas visibles? ¿Tienen que estar siempre en el puente de mando? ¿Nunca va a llegar un recambio generacional a este país? ¿Tienen que venir los mismos, con las maneras de salvadores de siempre, a organizar un cambio desde las cúpulas?
Algunos requiebros sorprenden más que otros. En el fondo, los que fueron felices en el pasado quieren regresar a los lugares donde vivieron encantados de conocerse. Sin hacer muchas preguntas. Falta generosidad. Ahí se agarra la derecha, como acaba de hacer Gallardón, para justificar esa insultante ley de amnistía que fue una ley de punto final para los asesinos.
Por más que me esfuerzo, no entiendo qué hace el Juez Baltasar Garzón afirmando: “En la historia de la humanidad son pocos los verdaderos protagonistas de la misma. Son aquellos que la construyen día a día, con sus aportes, sus ideas y la coherencia del pensamiento con la práctica de sus postulados. A nivel local, en la España democrática, también son muy pocos los que se incluirían en ese club selecto. Personas tan dispares ideológicamente como Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo, entre otros, se dieron cita en ese grupo”.
¿Qué quedó de Mister X? ¿No cerraba la ecuación la posterior afirmación de Felipe González fardando de que pudo volar la cúpula de ETA, así, sin juicio de por medio ni zarandajas de leguleyos? ¿Y no fue Fraga quien firmó sentencias de muerte y se jactó siempre de honrar y celebrar el franquismo? ¿Cabe preguntar, como hizo Garzón con nuestro apoyo, por los 114.00 asesinados y enterrados en cunetas, zanjas y fosas comunes y, al tiempo, colocar en la “España democrática” a la persona que rapó a las mujeres de los mineros, justificó el asesinato de Julián Grimau, dijo que la calle era suya mientras morían trabajadores en Vitoria o falsificó los diarios del estudiante Enrique Ruano para presentar su asesinato por la policía como un suicidio? No entiendo nada. O lo entiendo todo. Quizá ellos saben que nosotros sabemos que la solución ya no viene de héroes mediáticos. Y que hay que revisitar la página mal leída de la Transición. Sólo el pueblo salva al pueblo.
Por eso la necesidad de una transición contada a nuestros padres. No porque pensemos que nadie traicionó a nadie (como escribía Luis García Montero, no queriendo entender las razones profundas de las miradas críticas con el fraude de la Transición y, sobre todo, con su relato). No es una buena táctica simplificar nuestro discurso. Aunque tampoco es tan complicado: no hay reinvención de la democracia sin revisitar la Transición. Con el relato oficial -donde se encuentran Gallardón y los que desde la izquierda no terminan de sacar las conclusiones correctas- y con los actores de siempre en los papeles estelares no vamos a salir del agujero. Sobre esto versa tambien esta entrevista en Radio 3 sobre “La Transición sin mitos” que motiva estas letras (¿tenemos que seguir aguantado que personas como Juan Linz, que minimizó las 2000 fosas con cadáveres de demócratas sobre las que se asentó el franquismo, eran poca cosa? ¿Esos son nuestros premios Príncipe de Asturias?).
Tenemos que volver a recordar a los que quieran ponerse la capa de Batman que aunque España se parezca cada vez más a Ciudad Gótica, aquí somos más de 13 Rue del Percebe. Esa casa de vecinos donde todos hacen falta incluso con sus defectos. Donde la gente decente se encuentra todos los días con la gente decente. Y con la indecente. Y por eso sabemos quién es el ratero, quién el que nos engaña con la báscula, y también quién está triste y quién no nos deja ser felices. Quién vive en el primero y quién en el quinto. Y sabe que no hacen falta los de siempre a no ser que el trato sea volver a hacer otra vez lo mismo.
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